lunes, 15 de diciembre de 2008

Quiero ser

Mamá, yo quiero ser tus ojos. Quiero ser tus ojos para llorarlos por tí; para quedarme sin lágrimas, y que no te toque a tí cargar con ello. Quiero ser tus ojos para que no vean tu cuerpo achicarse a cada rato. Para que no se cierren por las noches buscando respuestas, porque no hay respuestas. Para que tus párpados descansen de una vez y despeguen del subsuelo de los miedos. Por eso mamá, quiero ser tus ojos.

Uno cree que lo ha visto todo, que está de vuelta, que nada ya puede impresionarle. Que las desgracias les suceden solo a los de al lado, o a los de enfrente pero nunca a uno mismo. ¿verdad mamá? incluso cuando nos toca un mal diagnóstico, creemos que no será tan malo, que será un bache, que la ciencia se equivoca, que no hay que preocuparse: una prueba superada de antemano. Y entonces se topa de bruces con esa realidad puñetera que es la salud, o más bien la falta de ella. Mamá, dime ¿Qué puedo hacer? no quiero más que cargar con todo tu dolor y ser yo la que se hace pequeña, cada día más y más. ¿Por qué tu?

Si al menos pudiera ser tus manos... Déjame. Quiero ser tus manos para que no tengas que tocar las cicatrices que escondes bajo tu ropa y recordar tu batalla a cada instante. Quiero darte el respiro de no sentir tu cuerpo, débil y ajado, con la imagen desfigurada de otro cuerpo en tu retina. De otro cuerpo que era el tuyo en otro tiempo, como el mio hoy: joven y sano. Que no seas tú la que sientas que tus dedos no alcanzan. Darles la fuerza para abrazar a tus nietos y preparar un gazpacho. Por eso mamá, yo quiero ser tus manos.

Todos estos años, me he encerrado en la búrbuja del silencio. Mi burbuja apesta a victimismo. Me he escondido recordándome lo injusta que era la vida conmigo, maldiciendo a dios. Ni por un instante, pude ponerme en tu piel, en tu piel de mujer enferma. Y mucho más que eso, de madre enferma. Y hoy, que ya es tarde, quiero, por fín, ser tu piel. Para que sientas las caricias, y no veas las manchas que hay en ella tiñéndola de derrotas. Por eso mamá, quiero ser tu piel.

Dónde está el límite, mamá. Dónde está el umbral. Dónde el fin. Apuesto a que tú también te lo preguntas. Porqué unos sí y otros no. Porqué cargar con ello y no desaparecer, sin más, en un instante y llevarte contigo todos los instantes . No puedes comprenderlo y yo tampoco. Ojalá pudiera ser también tus respuestas. Ser tu alivio, y tu reposo, y tu calma, al fín. Ya solo pedímos calma, acabar con las preguntas y retirarnos a la serenidad de algún agujero negro. De alguna eternidad, algo más justa que esta noria del tiempo, este juego de lo finito que duele y atormenta. Sé que no quieres ser la estampa que eres, y que yo no puedo hacer nada por ello. Tengo manos, tengo ojos, tengo entrañas, pero no son las tuyas, madre, no son las tuyas, no puedo recogerlas y quitarte esa carga.

Mamá, y con tu corazón.... dime qué hacemos con tu corazón. Yo no podré jamás latir al ritmo que tú marcas. Me falta amor y me sobran "yos" por todas partes. Enséñame mamá, a ser tu corazón, y perdonar como tú lo haces, a reinventarte cada mañana y darte razones para seguir luchando. Enséñame a ser tu corazón. A tragar saliva ante las injusticias que te persiguen en tu caminar discreto e inofensivo por la vida. Díme el secreto, si lo hay, para sobrellevar, con la misma dignidad que tú, esta contienda de hospitales y de insomnios forzados. Dime, ¿acaso se hereda?. Dime mamá, dime, pero por favor, no te duermas. No te duermas. Que no estoy preparada para ser ni mis propias manos, ni mis ojos, ni mi piel ni mi corazón. Dime, ¿qué voy a hacer si te duermes y no despiertas?

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